Por la mañana, como lo hicieron la mayoría de los peregrinos, bajó al comedor y cuando se encontraba en la mesa comiendo un pedazo de pan con un caldo que le habían servido, alguien llamó su atención poniendo la mano sobre su hombro.
—Me han dicho que ha preguntado por mí —le dijo Rodrigo.
—¿Es usted el prior don Rodrigo? —preguntó Enrique.
—El mismo, usted me dirá en qué puedo serle útil.
—Mi nombre es Enrique Díaz, soy un caballero de la orden en Ponferrada y mi señor, el maestre don Roberto Lope, me ha ordenado que le trajera personalmente un mensaje que no debía comentarlo con nadie excepto con usted —dijo moviendo los ojos como delatando todos los oídos que había a su alrededor.
—Acompáñeme hasta la biblioteca, allí estaremos solos y más tranquilos —dijo Rodrigo.
Cuando contaron con la intimidad necesaria para que ningún oído indiscreto escuchara lo que iba a decirle, comenzó de nuevo a hablar el caballero.
—Hace casi un año llegaron aquí tres peregrinos en unas condiciones deplorables, uno de ellos se quedó aquí para siempre, otro decidió que debía quedarse por los alrededores y el tercero continuó su camino. Éste, dijo que una vez hubiera llegado a su destino, regresaría para recoger una cosa muy importante que le había dejado a usted en custodia.
Ese peregrino consiguió llegar a su destino, pero las circunstancias han hecho que deba seguir su peregrinación por un tiempo indefinido ya que mi señor así se lo ha ordenado y no sabe cuándo podrá regresar a recoger lo que le dejó para que le guardara.
—No le han dicho nada más —preguntó Rodrigo.
—No, me dijeron que usted lo comprendería —respondió Enrique.
El prior entendió lo que le decían en aquel mensaje, era de su amigo Bernard que deseaba hacerle saber que se encontraba bien y debía seguir con la misión que le había llevado hasta allí.
—¿Tiene que llevar alguna respuesta? —preguntó el prior.
—Si la hay, debo llevarla y si no hay contestación, debo partir cuanto antes.
—Venga conmigo, le voy a mostrar como alimentamos a los cientos de peregrinos que llegan cada día a este hospital —dijo Rodrigo.
Pasaron por varios huertos en los que los monjes se afanaban en el cultivo de las hortalizas y las verduras con las que alimentaban diariamente a los peregrinos, luego le llevó hasta uno de los corrales en los que un monje en compañía de un niño que estaba comenzando a dar los primeros pasos, alimentaba con grano a casi cien gallinas que había en aquel corral.
—Esta —dijo Rodrigo —es una de las zonas más importantes que tiene el hospital de peregrinos. Son muy necesarias las proteínas para alimentar los cuerpos de los esforzados peregrinos que acaban de superar el principal obstáculo que tienen en su camino, el cuidado que Ramiro da a las gallinas para que nos proporcionen los huevos con estas proteínas es fundamental y como puede ver, ya cuenta con un ayudante que sigue sus pasos, se cría sano y fuerte en esta tierra y le ayuda a hacer cada día su labor.