
Cuanto más pensaba en todo el trabajo que tenía por delante, Bernard estaba más convencido que necesitaba la ayuda de su amigo Rodrigo y que había sido providencial que el destino le hubiera puesto en su camino.
Después de dejar a buen recaudo los bienes que la encomienda de Ponferrada disponía, para lo que contó con la inestimable ayuda de Ordoño, que le había seleccionado media docena de lugares en los que podían ocultar el cofre con los bienes; Bernard se despidió del maestre porque deseaba estar cuanto antes con Rodrigo. Quería comunicarle que sería su principal apoyo en la misión que tenían por delante, para lo cual debía adiestrarle cuanto antes sobre cómo debía hacer para ganarse la confianza de los preceptores que fueran más reacios a llevar a cabo el cometido que les habían asignado; cómo debían seleccionar el mejor sitio para ocultarlo y que permaneciera allí hasta que fueran a recogerlo.
Si como Roberto les había vaticinado, el Rey cedía a las presiones de la Iglesia, lo primero que harían sería buscar los bienes de la Orden. Algunos lugares, como los huecos de los altares, las capillas y algunos sitios de la cripta, serían donde primero mirarían, por lo que habría que buscar lugares en los que no se pudieran imaginar que había nada oculto.
El camino de regreso decidió hacerlo solo yendo por los mismos lugares por los que pasó cuando se dirigía a Ponferrada. En Astorga se alojó en una posada, aunque Roberto le había dicho que fuera a casa de su amigo, pero Bernard pensó que lo mejor era estar en un lugar donde pasara desapercibido.
Dos días después de salir de Ponferrada estaba nuevamente en León en casa de sus amigos Sancho y Rodrigo. El animal en el que iba montado, que conocía bien aquella casa, se fue directamente por la parte trasera para entrar en el corral.
Sancho fue el primero que le vio llegar, se encontraba en el patio con uno de los criados y al verlo entrar por la gran puerta de madera fue a su encuentro.
—¿De nuevo por aquí? —preguntó Sancho, vuelves de regreso a tu país.
—No amigo, en Ponferrada terminó mi misión, pero como dijo Roberto, parece que soy necesario para una nueva. En lugar de quedarme en la fortaleza aceptando la invitación que me hiciste, si te parece bien, y todavía la mantienes, me quedaré en la finca, desde la tranquilidad que encontraré allí voy a poder organizar y planificar mucho mejor lo que tengo qué hacer.
—Claro —dijo Sancho —como te dije, es tu casa y puedes quedarte en ella todo el tiempo que necesites.
Al escuchar la conversación, Rodrigo, que se encontraba en el interior de la casa, salió para ver con quién estaba hablando su padre.
—Hola Bernard —dijo al verle —¿Cómo tan pronto por aquí?
—Tengo una nueva misión que hacer y creo que te voy a necesitar otra vez. En esta ocasión nos llevará más tiempo y también va a ser más decisiva la discreción con la que la hagamos.