
También el vino era áspero y fuerte. Las gentes del lugar cuando lo pedían en las tabernas decían que les sirvieran una pinta. Era un vino muy espeso y de un color oscuro intenso que tenía una gradación bastante superior a la que le servían en otros lugares.
Como le habían pronosticado, la ciudad le estaba entusiasmando. Su ubicación en un lugar estratégico donde el río Duero serpentea plácidamente, era perfecta como plaza defensiva ya que el túmulo pétreo arenisco que había en la parte más cercana al río la hacía inexpugnable y destacaba su castillo sobre esta gran roca.
Todos los barrios de la ciudad contaban con una iglesia para los fieles que acudían diariamente a participar en el culto. Eran sobrios templos en los que se observaba un fervor importante en todos los feligreses. También pudo contemplar importantes palacios en los que la clase noble vivía con sus familias y sus criados.
Pasó dos días en la ciudad que le vinieron muy bien para el descanso que necesitaba. Pero la obligación no le permitía relajarse, en otras circunstancias se habría quedado más tiempo disfrutando de aquel lugar, pero ahora debía partir para seguir con la misión que tenía encomendada.
Tardó dos días en llegar a la siguiente encomienda, había oído varias veces hablar de la ciudad de Salamanca y deseaba contar con algunas horas para visitar su renombrada universidad.
Cuando llegó a la ciudad, fue directamente a la encomienda y el preceptor Alfonso, al reconocer a la persona que le visitaba y la misión que traía, dispuso que en lugar de ir a alojarse a una posada se quedara en la habitación que tenían para huéspedes.
-El preceptor de Ciudad Rodrigo me había comunicado su visita – dijo Alfonso.
-Le recuerdo – comentó Bernard – me lo presentaron en Ponferrada.
-Lo que no me dijo fue el motivo de su vista – dijo el preceptor.
-Tampoco él lo sabía, no se informó a nadie del contenido de la orden del maestre para no poner en peligro esta misión – dijo Bernard.
Alfonso se puso a disposición de Bernard y entre los dos, después de hacer un recuento de los bienes de la encomienda, fueron haciendo una inspección ocular hasta que encontraron el sitio que a los dos les parecía el más idóneo para que su secreto permaneciera ignorado para siempre.
Cuando Alfonso se enteró que Bernard deseaba conocer la universidad de la ciudad, se ofreció a acompañarle. Él era amigo del rector y le fue mostrando las diferentes aulas y el sistema de enseñanza que tenían, así como los catedráticos que se encargaban de formar a los mejores bachilleres que allí adquirían los conocimientos necesarios para desenvolverse en la vida y para enriquecer a cuantos podían escuchar las enseñanzas que ellos podían ofrecer a las generaciones venideras.
Bernard se sintió muy satisfecho por todo lo que le habían mostrado y esa noche se lamentó de la falta de tiempo que disponía, le hubiera gustado tanto que el tiempo no estuviera en su contra y así disfrutar con más calma y detalle de todo lo que estaba conociendo.
Se propuso, cuando terminara su misión, volver nuevamente por estas tierras para contemplar con la calma que requería cada uno de los rincones que ahora estaba visitando por encima.
Continuó su viaje, ahora le quedaba únicamente por visitar la encomienda de Ciudad Rodrigo, era la última de esta primera ruta hacia el sur que él había diseñado, luego tendía un largo desplazamiento que le llevaría casi una semana hacerlo, hasta llegar a la última encomienda de lo que él había denominado la ruta del sureste y que le devolvería hasta León; visitando las encomiendas que se encontraban en esa ruta.