En las afueras de la ciudad se había detenido el ejercito que traía el Rey para adueñarse de la fortaleza. Aunque Rodrigo no llevaba ningún símbolo que le identificara como miembro de la Orden, decidió dar un rodeo para evitar ser detectado, mientras fue observando los medios con que contaban y a qué tendrían que enfrentarse.

El ejercito le pareció el más grande que jamás hubiera contemplado, calculó en más de quince mil hombres los que lo formaban y se acordó de las palabras que le dijo Roberto en las que profetizaba un resultado desastroso para la Orden, pero estaba decidido a que su destino estuviera al lado de los compañeros con los que había convivido toda su vida.

Supuso que contaría al menos con una semana de adelanto antes que los hombres que había visto llegaran a la fortaleza y aún así cabalgó sin descanso para informar cuanto antes a su señor de todo lo que sus ojos habían contemplado.

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Cuando llegó a la fortaleza ya se habían cavado alrededor de ella algunas zanjas defensivas y se había hecho acopio de todo lo necesario para un largo asedio. También la mayoría de los habitantes de la ciudad se habían refugiado en el interior del castillo, otros se habían desperdigado por los montes y las aldeas cercanas para evitar el ensañamiento que los vencedores suelen hacer con los derrotados.

Sin perder un instante, Rodrigo pidió ser recibido por Roberto para ponerle al corriente de la orden que le había dado y sobre todo informarle de lo que había visto.

-Muy rápido has regresado – dijo Roberto al verle entrar en el gran cuarto.

-No podía esperar para informaros de mis gestiones – dijo el recién llegado.

-Por el aprecio que te tengo, había llegado a pensar que no regresarías, como te sugerí; y te hubieses puesto a salvo con tu familia.

-Creo que me conocéis lo suficiente para saber que mi conciencia y mi honor me hubieran impedido hacerlo – dijo Rodrigo.

-Sí, eres digno hijo de Sancho y siempre estarás en el lugar que te corresponde, estoy orgulloso de haberte tenido bajo mis órdenes.

-He dejado a Bernard en la ciudad para ponerse a salvo como le ordenasteis que lo hiciera.

-¿Y a dónde se ha dirigido? – preguntó Roberto.

-No me ha dicho nada, creí que ya lo sabíais vos cuando me dijisteis que sabríais dónde encontrarle.

-Sí – dijo Roberto – creo que me ha comprendido y sé dónde podré encontrarle cuando le necesite.

-De vuelta, en las afueras de la ciudad, he visto un gran ejército, no sabría deciros cuantos soldados lo forman, pero calculo que habrá cerca de quince mil hombres.

-Los informes que me están pasando los hombres que tengo en el itinerario que tienen que seguir, coinciden con los datos que me dais y por el avance que están llevando, en una semana los tendremos aquí.

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