Ahora tenían dos líneas de avance y los sitiadores iban a ir utilizando las dos para doblegar desde el interior y a través de las murallas a quienes defendían el recinto.
El mal tiempo comenzó a situarse encima del campo de batalla y las inclemencias, con unas lluvias hasta entonces desconocidas, hicieron que se pospusieran los ataques planificados por los sitiadores.
No cesó de llover durante casi un mes, el terreno se volvió fangoso y el avance de las torres y demás artilugios elaborados para doblegar los muros se hizo imposible; no podían avanzar por el barro que se estaba formando y los hombres se vieron incapaces de acercarlas hasta las murallas.
También los que estaban excavando los túneles vieron cómo estos se inundaban por el agua, en algunos lugares donde la tierra ya no podía absorber más agua se derrumbaban por el peso de la tierra, por lo que reunidos los capitanes de los sitiadores decidieron posponer los ataques hasta que el suelo se encontrara seco y no frenara el avance de sus hombres y de los instrumentos de asedio.
El ánimo de los sitiados fue el que mayor impulso adquirió porque se comenzó a difundir que la intercesión divina estaba con ellos, que se había conjurado para resistir a los sitiadores, ofreciéndoles la colaboración de los efectos de la naturaleza para su causa, por lo que algunos debieron tratar de reconducir la situación ya que se sentían invencibles porque contaban con la ayuda divina que se había puesto del lado de la causa que ellos defendían.
Cuando se retiraron las lluvias, también la euforia de los sitiados fue decayendo pues comenzaban a ver cómo se alejaba esa ayuda divina que por momentos pensaron que estaba de su lado.
El sol que salió después de que las nubes se retiraran, endureció pronto la tierra y no había transcurrido una semana cuando comenzaron a planificar los nuevos asaltos. No olvidaron los túneles que ya habían tabicado con troncos; continuó el avance de las excavaciones.
Las acometidas eran cada vez más cruentas y las bajas que se producían por ambos lados eran cada día mayores; pero la fortaleza, que había sido construida de una forma muy sólida, seguía resistiendo los asaltos que se iban produciendo.
Los ataques fueron disminuyendo ya que parecía que ninguno de ellos abría esa brecha necesaria para que los hombres pudieran pasar al interior y establecer combates cuerpo a cuerpo. Ahora se limitaban a escaramuzas diarias en las que un grueso importante de hombres simulaba un asalto por uno de los torreones de la fortaleza mientras los mejores hombres de cada unidad se centraban en otro punto tratando de debilitar las defensas.
En uno de estos ataques una flecha perdida impactó en el pecho de Rodrigo que cayó mortalmente herido. Le dieron las mejores asistencias que podían ofrecerle, pero la infección que se originó en la herida hizo que estuviera unos días delirando por la fiebre, hasta que por fin entregó su alma al Creador y con él se fue una de las esperanzas que Roberto había depositado en uno de los hombres que continuarían su labor cuando él hubiera desaparecido.
Tres de los túneles estaban en condiciones de acceder al interior del recinto por lo que volcaron todos los esfuerzos en el cuarto para que a través de ellos pudieran hacer una brecha en el interior que resultara decisiva.
Cuando todos los túneles estuvieron operativos para el acceso de las tropas, esperaron unos días hasta que se apagara la luna y no pudiera delatar la presencia de hombres en las cercanías de la fortaleza. La noche en la que la luna menguó, los asaltantes concentraron un importante número de tropas cerca de la puerta de la fortaleza, habían hecho grandes hogueras y los sitiados pensaron que el ataque vendría por el sitio que se había elegido como distracción.