almeida – 5 de abril de 2015.

El arte de la cetrería es una costumbre muy arraigada en muchos lugares, además de ser considerado como un deporte, para muchos ha representado una forma de subsistencia, les proveía de esas proteínas tan necesarias para él y para su familia que, de otra forma, resultaba imposible de obtener.

PUBLICIDAD

                Como siempre ocurre con el progreso, hay muchas cosas que van cayendo en un declive que puede hacerlas desaparecer y la caza si no se la protege de una forma especial, muchas especies acabaran por llegar a su extinción.

                En los campos, era frecuente cuando se segaban los cereales ver manadas enormes de codornices y perdices que correteaban por los caminos de una forma despreocupada hasta que la presencia de extraños las alertaba y las hacía irse a ocultar entre las pajas que tenían al menos un palmo de altura.

                Pero con las nuevas técnicas de cosechar, las máquinas apenas dejan que quede un tallo que las llegue a cubrir y representan una presa fácil para las rapaces que planean constantemente surcando los cielos en busca de pequeños animales despistados ajenos al peligro que se cierne sobre sus cabezas.

                También los nuevos sistemas de abono de los campos donde cada vez hay menos abonos naturales que son reemplazados por sustancias químicas, representan un veneno importante para la mayor parte de las especies porque la cadena alimenticia no se detiene y los pesticidas pasan de uno a otro sin hacer ninguna concesión.

                Eran otros tiempos aquellos en los que los buenos cazadores disponían en casa de pólvora, balines y tacos con los que recargaban una y otra vez los cartuchos que habían utilizado, porque no se desperdiciaba ni uno.

                Los buenos cazadores no necesitaban más de media docena de cartuchos que antes de irse a cazar elaboraban pacientemente y regresaban luego a sus casas con los seis cartuchos vacíos y media docena de piezas en la morrala.

                Y cuando se reunían varios, en pocos kilómetros obtenían las piezas necesarias que cada uno se había previsto abastecerse ese día. Generalmente no se fallaba un tiro y en muchas ocasiones se seleccionaba lo que se deseaba cazar y se elegía entre palomas, conejos, perdices o cualquier otro animal que les saliera al paso.

                También los había que no tenían esa habilidad con la escopeta, pero eran ávidos cazadores y necesitaban esas proteínas tan importantes para su sustento y sobre todo para la variedad en la alimentación, por lo que se las ingeniaban para también proveerse de esos alimentos.

                Una de las formas que Emeterio solía aplicar, porque no había sido nunca un dotado cazador, pero le gustaba como al que más lo obtenido de la caza era buscar su medio de cubrir las necesidades que tenía, era la caza al estilo más tradicional que se conocía.

                Las perdices, eran uno de los manjares que la naturaleza les proporcionaba cada temporada y con su cuadrilla cuando se disponían a capturar estas aves, establecían un sistema que les daba buenos resultados.

                Buscaban donde hubiera pollos de perdiz y uno de ellos se dirigía hasta donde estos se encontraban y los demás se situaban donde pensaban que iban a buscar su lugar de huida. En el primer vuelo, los noveles pollos se desplazaban varios metros alejándose del intruso, pero allí se encontraban con otro que iba a tratar de cogerlas y cogían de nuevo impulso dando un vuelo más corto en el que dejaban las fuerzas que tenían y entonces se convertían en una presa muy fácil.

                Otra de las aficiones era cazar lagartos y cuando salían de caza, no regresaban con menos de docena y media o dos docenas. Generalmente iban provistos de ganchos que metían en las madrigueras de los reptiles y cuando sentían que el gancho penetraba en la carne del animal tiraban de él y lo sacaban casi sin esfuerzo.

                Aunque según Emeterio, había algunos que eran más bragados y en lugar del gancho, lo que introducían era el dedo y dejaban que los dientes del animal se aferraran a él y tiraban sacándolo de la madriguera en la que se encontraban.

                A veces las dentelladas producían heridas en los dedos que sangraban cuando la carne se desgarraba, pero estaban ya acostumbrados a esos avatares y algunos hasta tenían ya callo en el dedo de la habilidad con la que practicaban esta forma diferente de caza.

                Siempre el ingenio ha sido una de las características del ser humano y algunos han sabido agudizarlo de una manera tan especial que les hacía distinguirse por como lo aplicaban.

Publicidad Dos sliders centrados