almeida –6 de marzo de 2015.
Los cementerios siempre han representado ese lugar en el que tienes que estar si deseas demostrar tu valor, sobre todo cuando eres muy joven y ves como los demás van sin ningún temor y queda muy mal que manifiestes el miedo que te puede dar ir a ciertas horas de la noche, cuando parece que cada sonido que se escucha puede proceder de algo o de alguien que ya no se encuentra entre nosotros.
Pero además, era uno de esos sitios en los que Emeterio y sus amigos disfrutaban de una manera especial porque la concentración de pájaros que suele haber allí, hacían las delicias de unos depredadores como eran ellos.
Ese morbo de ir por las tardes cuando el sol estaba comenzando a desaparecer por el oeste, era el momento especial para cazar tordos que allí se encontraban a bandadas y siempre que iban de caza, sabían que luego había una buena merienda.
Había venido un primo americano de Emeterio al que le tocó cargar con él y no sabía cómo quitárselo algunas veces de encima. Pero lo que más le molestaba a Emeterio, además de lo grande que era, que les hacía parecer a todos mucho más pequeños de lo que aspiraban a ser, era lo farruco que se mostraba cuando hablaba, lo hacía con esos aires de superioridad de quien se siente más importante que los demás y no para de alardear de sus andanzas y aventuras en América.
Emeterio le dijo que esa noche se disponían a ir hasta el cementerio a cazar algunas docenas de tordos y que seguramente él preferiría quedarse en el pueblo porque los cementerios dan ese punto de miedo que no todos son capaces de soportar.
Pero el americano, lejos de demostrar cualquier síntoma de temor, se creció ante la insinuación y dijo que a él no le asustaba nada ni nadie, por lo que se iba con ellos a cazar y a lo que hiciera falta.
El ingenio de Emeterio, hacía que en estas ocasiones siempre tuviera preparado algún plan para salirse con la suya y en esta ocasión no iba a ser menos, por lo que mandó por delante a dos amigos que buscaron unos trozos de tela para cubrirse la cara y apostarse donde habían establecido para una de esas bromas con las que luego todos se divertirían.
Se apostaron en la caseta y tordo que llegaba, tordo que iba engrosando la bolsa de los que estaban ya dispuestos para la merienda y únicamente algunas historias lúgubres que Emeterio le contaba a su primo con la intención de asustarle, rompían el silencio de la naciente noche en la que una luna menguante era incapaz de iluminar nada, únicamente las siluetas de las lapidas y las cruces se podían distinguir en cuanto la vista alcanzaba a ver,
Emeterio se inventó una historia de una lápida en la que había apariciones especiales y fue poniendo en situación a su primo para que éste deseara verla y con cuidado y en silencio se adentraron por el cementerio hasta que se encontraban a escasos dos metros de la lápida de las apariciones y del pánico. Los amigos de Emeterio al escuchar como llegaban, se incorporaron con las caras tapadas por las telas y en cada mano llevaban una linterna con la que iluminaban las caras tapadas mientras emitían gritos irreales.
Esa aparición hizo que el primo de Emeterio se asustara y su primera reacción fue darse la vuelta y salir corriendo, pero en el brusco movimiento, la zamarra se le había enganchado en una cruz de hierro y por más que lo intentaba no podía moverse, se sentía atrapado por un ser invisible que le retenía en contra de su voluntad.
El silencio del cementerio se vio roto por los gritos desesperados que emitía el primo americano:
-¡Sorry, sorry, help, suéltame!
Y por supuesto por las risas de Emeterio y sus dos amigos viendo acojonado al americano al que se le bajaron los humos de una forma importante porque seguro que no había demostrado nunca tanta sensación de pánico o de terror y humildemente regresó hasta el pueblo sin esa sensación de soberbia y superioridad que horas antes había manifestado.