almeida – 29 de enero de 2015.
Generalmente, las reuniones en la bodega suelen despertar la imaginación de cada uno de una manera increíble y llega un momento
que ésta, parece no tener límites porque según se va vaciando la jarra de vino, da la sensación que en la pócima mágica que baccus hizo celebre, se esconden todos los conocimientos que puede llegar a descubrir el ser humano y cuanto más vino se va ingiriendo más se va desbordando la imaginación de cada uno.
Son especialmente celebres las discusiones que se producen cuando entre los contertulios se encuentran cazadores o pescadores. Cuentan siempre con una ventaja y es que estos hobbies, como más se disfruta es practicándolos en solitario, por lo que luego siempre se pueden contar dependiendo de lo que la imaginación sea capaz de llegar a pensar, aunque se suele exagerar un poco más de lo que es admisible, pero no importa porque todos los que se encuentran en la tertulia están acostumbrados a hacerlo y cuando le hablan de una pieza de diez kilos, su mente enseguida interpreta ese diez como un cinco y en el caso de los pescadores, también las medidas se transforman automáticamente en la mitad.
Los que tienen algo más de dificultad para expresarse, son los más pequeños a los que los brazos no suelen darle nunca para que los demás imaginen como era aquel pez que un día consiguieron capturar.
En esta ocasión, en la bodega se encontraban los pescadores hablando de las capturas de carpas, barbos y lampreas que años atrás se conseguían obtener en el Esla, pero desde que se había construido el embalse de Ricobayo, era cada vez más difícil conseguir una buena pieza.
Pero como suele ocurrir siempre, había dos que no estaban de acuerdo con lo que se estaba exponiendo y aseguraron que pocas semanas antes habían conseguido un hermoso ejemplar de anguila cerca de Puente Quintos.
La discusión sobre si había anguilas o no, fue subiendo de tono y a cada vaso o trago de la jarra, parecía que se incrementaba el tono de la misma y no había forma de poner de acuerdo a los que habían hecho semejante afirmación de los que aseguraban lo contrario.
Viendo el cariz que estaba tomando la discusión, el que parecía más sensato o quizá el que menos había bebido esa noche decidió la forma de zanjar aquella discusión que no conducía a ninguna parte.
-Quedamos el sábado próximo y nos vamos todos a ver si estos dos, son capaces de coger alguna anguila y si no lo consiguen pagan una cena para todos –sentenció rotundamente.
Para reunirse en torno a una buena cazuela de un exquisito guiso, cualquier disculpa era buena por lo que nadie se atrevió a decir que no y la media docena que estaban en torno a la mesa se citaron para el sábado siguiente.
Los que aseguraban que iban a capturar unas hermosas anguilas con las que iban a cenar se habían pertrechado con todo lo necesario para las capturas y los cuatro restantes que iban como observadores, para matar el tiempo mientras comprobaban el resultados de la apuesta se habían provisto de una garrafa de vino y otra un poco más pequeña de aguardiente.
Mientras los pescadores se sumergían en aquellos sitios en los que estaban convencidos que las anguilas caerían en el cebo que les habían puesto, los otros iban observando y de vez en cuando escanciaban el contenido de la garrafa en una jarra que iban pasando a todos, también a los que estaban pendientes de las presas que iban a capturar.
Cuando pasaban mucho tiempo en un lugar y no picaba ninguna anguila, se iban desplazando en el sentido de la corriente, no sin antes pararse a recuperar las fuerzas y entrar en calor con un trago de la jarra.
Fueron pasando las horas y las anguilas no daban señales de vida por ningún lado, pero tampoco importaba, los efectos del alcohol comenzaban a hacerse cada vez más ostensibles y sobre todo estaban haciendo casi olvidar el motivo que les había reunido a todos en aquel lugar, donde se lo estaban pasando casi mejor que en la bodega y las ocurrencias de unos hacían reírse a todos.
Así se pasaron muchas horas hasta que cuando llegaron a Moreruela de Tábara, la garrafa de vino ya no daba más de si y fue necesario abrir la de aguardiente para que el ánimo no decayera.
Quizá fue que los instintos de los que habían lanzado la apuesta se agudizaron de una manera especial o porque los peces se apiadaron de ellos, el caso es que en Moreruela, las anguilas comenzaron a hacerse presentes y fueron varias las capturas que se consiguieron ese día y cada vez que los pescadores metían una en el saco, daba la impresión que la capacidad de su caja torácica se duplicaba en el volumen de aire que cogían.
Además de las capturas de anguilas, todos habían cogido una de esas borracheras que con el tiempo se recuerdan y de forma muy animada regresaron a Tábara pensando en la merienda que se iban a dar al día siguiente porque como alguno de ellos decía:
-Cualquier disculpa es buena para pasar un buen rato.