almeida – 27 de noviembre de 2014.

Me confesaba Emeterio que una de las historias que había escuchado de niño y más le había intrigado durante toda su vida, fue la del gato negro. Incluso ahora que ya no se asustaba casi por

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nada, cuando recordaba esa historia, no podía evitar que un ligero escalofrío recorriera su columna vertebral.

Cuando era pequeño, no recordaba bien los años que podía tener, acudía con frecuencia a casa de la señora Adela. Era habitual que Emeterio estuviera en casi todas las casa menos en la suya, seguramente estaba aprendiendo que al encontrarse lejos de su madre, la zapatilla se impactaría menos veces contra su trasero porque no sabía cómo, pero cada vez que se hacía algo malo, su madre ya ni preguntaba, directamente iba a imponer el castigo. Tal era la fama que se estaba ganando a pesar de su bisoñez.

Pero en esta ocasión, cuando escuchó esta historia se encontraba en casa de su amigo Genaro con quien compartía buena parte de cada uno de los días.

La casa de Genaro era una de las más sencillas del pueblo, se trataba de una vivienda que sus padres habían alquilado porque eran tan humildes que no podían comprarse una casa. A pesar de ello, la recordaba como una vivienda cálida donde la señora Adela parecía encontrarse a gusto con la presencia de los niños y a pesar de las estrecheces que pasaban, nunca faltaba una hogaza de pan del que ella se encargaba de hacer en el horno que había en el corral y cuando se podía untar con un poco de tocino del cocido era uno de esos manjares que se quedan en la memoria y no se van jamás.

Genaro tenía dos hermanas mayores que él y era el benjamín de esa familia con la que se encontraba tan a gusto Emeterio y en una ocasión mientras estaba comiendo ese bocado tan sabroso que la señora Adela preparaba para los chicos, allí al calor de la chimenea escuchó una de esas historias que cuando la oyes por primera vez te quedas un tanto sorprendido pensando en la imaginación de algunas personas, pero cuando lo analizas ves que hay un trasfondo en todo lo que has escuchado a lo que no le encuentras una explicación razonable.

La parte baja de la casa estaba siempre muy oscura, la luz apenas podía penetrar a través un pequeño ventanuco que se había puesto con la intención de preservar la vivienda de los fríos días de invierno en los que el aire gélido se introducía por todos los rincones que había en la casa.

En uno de los cuartos de esa parte de la casa era donde se encontraba la alcoba de los padres de Genaro y cuando la señora Adela se puso de parto, en la misma alcoba que parió a Genaro ya había dispuesta una pequeña cuna de madera para que el Benjamín de la casa estuviera en todo momento a la vista de su madre, sobre todo por las noches.

El recién nacido, era la alegría de esa madre que con orgullo mostraba a las vecinas a un niño que para ella se había convertido en una bendición por lo bueno que era y por qué no, para una madre era el más guapo del mundo.

Casi todas las vecinas mostraron su júbilo por el nuevo retoño que iba a alegrar aquella calle cuando comenzara a correr y a hacer travesuras, aunque siempre había alguna un poco más huraña que no expresaba esta alegría que el resto manifestaba. Pero las rencillas y envidias son algo habitual en los pueblos que a veces vienen de generaciones pasadas y no se recuerda el motivo de las diferencias que pudo motivar aquella enemistad entre las familias.

El niño fue pasando tranquilamente los primeros días de su corta vida y cuando contaba solo unos meses, su comportamiento cambió de una forma radical.

Gran parte de las noches, pero sobre todo por el día, los llantos del niño eran constantes y la señora Adela fue poniendo en práctica todos los remedios que la experiencia le había enseñado para calmar a los niños; un frio, una mala digestión o la prematura salida de los dientes fueron las primeras cosas que vinieron a su mente y fue aplicando todos los remedios que había utilizado con sus hijas, pero ninguno de ellos daba resultado, el llanto del niño, cada vez se hacía más desgarrador y no había nada ni nadie que pudiera calmarlo.

Después de utilizar todos los recursos que ella conocía sin resultado, desesperada fue recurriendo a la experiencia de otras personas, pero nadie podía comprender que era lo que le pasaba al niño ni el motivo por el que esporádicamente lloraba de una manera tan desconsolada porque cuando no lo hacía, se parecía un ángel en aquella cuna.

Recurrió por consejo de algunos a una vieja que había en el pueblo y que se relacionaba muy poco con la gente, era una mujer un tanto extraña, pero en su desesperación no le importó que esta señora fuera a su casa para ver si daba con el mal que tenía su hijo.

La vieja, nada más entrar en aquella oscura estancia se detuvo a dos pasos de la puerta y le dijo a Adela que estaba percibiendo la presencia de influencias malignas, allí había una actividad que resultaba paranormal como si alguien hubiera echado un mal de ojo en aquella estancia y era necesario desterrarlo para que la criatura encontrara esa paz que necesitaba y dejara de llorar.

Las palabras de aquella vieja asustaron a Adela que no podía creerse que algún mal hubiera entrado en su casa y menos que se hubiera cebado en su hijo por lo que dejó buena parte de sus quehaceres para centrarse en la vigilancia de aquella estancia y ver si observaba algo anormal para decírselo a la vieja y que ésta le dijera el remedio para expulsar de su casa aquellas influencias malignas.

Se sentó en una silla en una de las esquinas del cuarto donde su hijo dormía plácidamente y fue pasando el tiempo y también ella se quedó dormida hasta que un grito del niño y el llanto ya conocido la sobresaltaron despertándola de esa cabezadita que estaba echando.

Fue hacia la cuna a ver que había sobresaltado al niño, pero no vio nada, únicamente se percató que en el momento que se dirigía hacia la cuna, un gato negro salía del cuarto. Era un gato desconocido que no pertenecía a ninguna de las casas de aquella calle, aunque podía ser de cualquier lugar del pueblo, pero en el momento que el gato salió de la alcoba, el niño dejo de llorar.

Aquella coincidencia le hizo pensar a Adela que el felino tenía algo que ver con el llanto de Genaro por lo que decidió realizar una vigilancia más exhaustiva y en lugar de sentarse en la silla se puso en un sombrío rincón al que no llegaba nunca ni un haz de luz y allí en plena oscuridad y en completo silencio esperó de nuevo para ver lo que pasaba.

Cuando Adela vio de nuevo entrar al gato por la puerta de la alcoba, su primer impulso fue asustarle para que se marchara, pero esperó pacientemente y sintiendo como las entrañas se le encogían, llegó a pensar que no soportaría aquella tensión, pero pensó en su hijo y eso la dio las necesarias fuerzas para mantener la suficiente frialdad y esperar a ver lo que ocurría.

Cuando el gato hubo traspasado el dintel de la puerta, el llanto del niño volvió a llenar la estancia y según el gato se iba acercando a la cuna, la intensidad del llanto fue en aumento hasta que el gato se subió en lo alto de la cuna observando al niño que emitía en esos momentos unos gritos que desgarraban el corazón de cualquiera y más el de una madre que lo estaba presenciando.

Adela que se había provisto de un buen garrote que había en la leñera, lo levantó con cuidado y cogiendo impulso con su brazo lo descargó con fuerza y con saña sobre el felino que se encontraba en lo alto de la cuna y al sentir el impacto cayó al suelo hecho un ovillo y entre maullidos de dolor abandonó el cuarto y la casa de forma precipitada.

Los maullidos del gato se iban perdiendo por la calle mientras el llanto del niño también cesaba y de nuevo volvía a convertirse en ese ángel que enseguida volvió a quedarse dormido como si nada hubiera pasado.

A la mañana siguiente, todos se percataron que una de las vecinas, la que nunca había mostrado ningún gesto cariñoso por el niño, se encontraba con el brazo roto y entablillado lo sujetaba sobre su pecho con un gran pañuelo que llevaba anudado al cuelo.

Todos se interesaron por saber lo que le había ocurrido y ella únicamente se limitó a responder que había tenido un accidente cuando estaba en el corral subida sobre una escalera y se había caído fracturándose el brazo.

Estas explicaciones no convencieron a Adela que mientras escuchaba como la vecina explicaba su infortunio ella apretaba con fuerza el garrote que no lo había soltado desde que lo descargó sobre el lomo del gato negro, porque a una madre, es difícil engañarla y ahora que conocía cual era el mal que afectaba a su hijo pondría todo lo que estuviera en sus manos para que el niño no volviera a pasar una mala noche y desde aquel día ya no se volvió a ver al gato negro por la calle y Genaro no volvió a recurrir a ese llanto algunos pensaron que no iba a desaparecer nunca.

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