Sara había adquirido un gran conocimiento sobre la forma de tratar a los parásitos que en ocasiones amenazaban las cosechas, daba a veces la impresión que en complicidad con los insectos les animaba a que fueran a alimentarse fuera del huerto.

Como en ocasiones las cosechas eran muy abundantes y no se consumía todo lo que producían, lo conservaban en vasijas de barro después de extraer la humedad que los productos tenían, una vez que estaban en condiciones de ser conservados, sellaban con cera herméticamente las vasijas para que el oxígeno no deteriorara su contenido.

También fue ayudando a Ana en la cocina del convento, sobre todo en la elaboración de los postres. Con gran habilidad sabía mezclar los ingredientes precisos para mejorar el resultado de las recetas que se guardaban en el convento para elaborar pastas, rosquillas y todo tipo de dulces en el que las religiosas eran unas maestras en su elaboración.

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—¿Disfrutas con el trabajo que haces? – le preguntó un día la abadesa.

—Mucho madre, la hermana Sara me está enseñando muchas cosas sobre como cultivar la huerta y la hermana Ana me está enseñando todos los secretos de la repostería.

—Bueno, no seas modesta, la hermana Ana me dice que ella es la que está aprendiendo mucho de ti.

—Es que la cocina siempre me ha gustado —dijo Marie —me resulta tan fácil lo que hago que disfruto haciéndolo.

—Seguramente te es fácil porque cuando las cosas se hacen con mucho cariño resultan más sencillas.

—¿Tiene alguna noticia de mi marido?

—No hija, es mejor que dejemos que pase el tiempo sin que detecten vuestra presencia.

—Pero…,  se hace tan dura la separación.

—Me hago cargo, pero ten confianza y verás como dentro de poco, cuando todo se haya olvidado, volveréis de nuevo a estar juntos.

Cuando llevaba más de tres meses en el convento, Marie se percató que hacía más de dos meses que no tenía la menstruación. El primer mes no le dio importancia por las alteraciones que había tenido últimamente, pero ya no era normal. Esos vómitos de los últimos días no eran producto de un resfriado como ella pensaba, sino que eran el síntoma de que una nueva vida se estaba desarrollando en su interior y sintió una sensación extraña por no poder compartirlo con nadie.

Deseaba tanto un hijo, que se sentía dichosa y feliz, pero quizá no fuera el mejor momento para este cambio en su vida. La separación de Bernard y la persecución a la que estaban siendo sometidos, le hacía percibir un futuro incierto.

Cuando se tumbó sobre la cama, puso las palmas de sus manos acariciando su estómago, tratando de transmitir ese amor que sentía a lo que se imaginaba que había en su interior.

Sara se dio cuenta de lo que ocurría cuando se encontraban en el huerto porque con frecuencia Marie se retiraba a uno de los extremos para vomitar.

—Ay, ay, ay, que me parece que vamos a ser uno más dentro de poco – dijo Sara.

—¿Crees que estaré embarazada?

—Los síntomas parecen de eso, ¿cuánto tiempo hace que no menstruas?

—Más de tres meses.

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