
Fueron caminando por un bosque de hayas. La concentración de árboles había hecho que la nieve se detuviera en las ramas dejando más despejado el camino, por lo que este tramo les resultó más cómodo para que los animales pudieran seguir avanzando.
Cuando superaron el bosque, para llegar a lo alto del collado, debieron pasar por prados que parecían infinitos, eran grandes mantos blancos que daba la impresión que no tenían fin. En esta zona despoblada, al ser la más alta, de nuevo la nieve se había acumulado y dificultaba su camino.
Afortunadamente fueron dejando atrás las nubes, era tanto lo que habían ascendido que ya estaban muy cerca del cielo. La noche en esas alturas estaba despejada y una luna llena parecía querer iluminar su camino, aunque solo era un espejismo, solo unos metros más abajo seguían las nubes por las que debían pasar en el momento que comenzaran a descender.
El cansancio de los animales resultaba cada vez más ostensible, el esfuerzo que debían hacer en aquellas condiciones resultaba casi imposible de superar. También ellos se encontraban muy fatigados, sobre todo Bernard, que además de ir caminando, debía tirar de los animales para que siguieran avanzando.
El frío resultaba muy intenso, no sabía que temperatura habría en la zona, pero según avanzaba la noche iba percibiendo cómo la nieve se helaba y en algunos lugares las pezuñas de los animales resbalaban al tratar de introducir sus patas en la nieve. Bernard constantemente preguntaba a Marie por su estado y le ofrecía más ropa de abrigo, pero ella ya no sentía los pies y trataba de no hablar para conservar todas las energías que se escapaban de su cuerpo en cada uno de los gestos que hacía.
A un centenar de metros se oía una manada de lobos, Bernard ya los había escuchado aullar unas horas antes, pero cada vez percibía más cerca la presencia de los animales que estaban buscando comida. En aquel desolador paraje cualquier ser vivo representaba una opción de alimento que no debían desaprovechar, por eso la distancia entre ellos se fue haciendo cada vez más corta, hasta que solo les separaban unos centenares de metros.
No quiso decir nada a su esposa para que no se preocupara, pero era cada vez más consciente que estaban ante un grave problema; si los lobos se decidían a atacar acosados por el hambre, poco podrían hacer para defenderse de ellos.
Fue analizando la situación para estudiar todas las opciones que tenía. Por los aullidos calculó que la manada estaba compuesta por una docena de animales. No podía arriesgarse a tener un enfrentamiento con ellos; si hubiera estado él solo, quizá les hubiera hecho frente, pero con Marie y en las condiciones que se encontraba, pensó que era una temeridad esperar salir victorioso del lance.
Cuando las alimañas estaban ya muy cerca, tanto que a veces le daba la impresión de ver el brillo de sus ojos en la oscuridad, decidió poner en práctica la idea que había estado concibiendo durante la última hora.
Para ello era necesario un sacrificio y decidió sacrificar el mulo de carga que llevaban. Descargó las cosas más necesarias, las puso sobre su mula y sobre la de Marie y ató el asno a un árbol dejándolo a su suerte, a la terrible suerte que sabía que le esperaba, pero era lo que les permitiría a ellos seguir adelante sin la amenaza de las alimañas.
Fue en aquel momento cuando Marie se percató de la situación en la que se encontraban, al ver que Bernard descargaba las cosas del asno le preguntó:
—¿Qué es lo que ocurre?