—Tengo que hablar con él, vengo de parte del prior de Roncesvalles y traigo un documento que tengo que entregarle.

—Pues tendrá que esperar a que regrese; si quiere puede dormir aquí, en el hospital que hay para los peregrinos, yo me encargaré de que los animales estén protegidos y alimentados en la cuadra.

—Lo agradezco —dijo Bernard —déjeme que coja lo que llevan encima, lo llevaré al lugar en el que me diga que puedo dormir.

—Llevó a los animales y enseguida estoy con usted, estaba preparando la comida para mis hermanos que están trabajando en el campo y se encuentran a punto de llegar; si lo desea, puede sentarse con nosotros a la mesa.

—Gracias —dijo Bernard —será un placer para mí compartir la mesa con ustedes.

Cuando transcurrió poco más de media hora fueron llegando por todos lados monjes, estaban en plena recolección de los viñedos y traían en un carro una carga de uvas que dejaron en un cobertizo donde le daba la sombra al fruto. Fueron haciendo las abluciones en la fuente para quitarse el pegajoso zumo que se había adherido a sus manos y a su cuerpo y se fueron sentando en la larga mesa que había en el comedor. Bernard contó más de docena y media de monjes que fueron ocupando su sitio en el comedor.

El monje que había recibido a Bernard puso sobre la mesa una fuente con tubérculos y verduras cocidas y cuando terminaron este primer plato, uno de los monjes que había estado vendimiando, acercó dos cestas de mimbre con uvas. Había mezclado las uvas blancas con las negras y todos fueron alabando el grado de madurez que este año había tenido la cosecha.

Invitaron a Bernard a que fuera con ellos para que observara cómo hacían el proceso de elaboración de convertir la uva en vino.

Fueron depositando en una prensa de madera las uvas con cestos de mimbre, una vez que llenaron la prensa fueron haciendo presión para que el mosto fuera saliendo al estrujar el fruto. Según se iba deslizando el zumo hacia un canalillo que había en la base de la prensa, con unos cántaros de barro lo iban recogiendo y lo llevaban al interior de la bodega que había en el sótano de la casa, allí lo depositaban en unos grandes recipientes hechos de barro. Después del mosto recogían el hollejo prensado de la uva y lo añadían también hasta que llegaba a un palmo del borde de la vasija. Cuando ya habían completado el recipiente volvían a repetir la operación hasta completar el contenido de otra vasija.

—Hay que dejarlo así, no se debe llenar del todo porque luego, cuando comience la fermentación, se puede desbordar el contenido, entonces cerramos la vasija y con barro la cerramos herméticamente para que no les entre aire; desde este momento, dejamos que la naturaleza vaya haciendo su trabajo. En reposo el mosto se va convirtiendo en un excelente vino hasta que cuando pasen los fríos, lo limpiamos y dejamos que el vino continúe con su proceso que lo convertirá en un caldo excelente como este de la cosecha pasada —dijo mientras le ofrecía un vaso que había sacado de uno de los recipientes.

Bernard conocía el proceso de elaboración del vino, aunque no había tenido la oportunidad de ver cómo se hacía, por lo que le resultó una lección muy práctica e instructiva.

Por la tarde llegaron algunos peregrinos que procedían de diferentes lugares, entre ellos había algunos franceses con los que Bernard se alegró de poder hablar en su mismo idioma. Una de las parejas con las que conversaba procedía de París y se interesó sobre cómo estaban las cosas en la que consideraba su ciudad, pues en ella había pasado gran parte de su vida.

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