—Me alegra que le guste, le he dicho a Pedro que todos los días mientras usted sea nuestro huésped, tiene que bajar al río y pescar al menos tres truchas, es el único encargo que tiene, así usted las come muy frescas.

—Pero es que además de estar frescas, usted las cocina de una forma especial, como antes no las había probado, ¿me puede decir cómo las hace?

—Claro, es muy sencillo —dijo Elena mientras se remangaba el delantal que llevaba puesto y se sentaba al lado de Bernard -. Después de quitarle las tripas y lavar bien la trucha, le echo un poco de sal y harina, la paso por la sartén en la que tengo aceite de oliva muy caliente, le doy una vuelta en la sartén, solo un poco, y la coloco en una fuente, la cubro con jamón, ajo y unas rodajas de limón y la pongo en el horno muy caliente para que se ase. Cuando ya está bien asada, le pongo por encima un poco de perejil picado y el resultado es el que ve.

—Bueno, parece muy fácil según lo cuenta, pero viendo el resultado da la impresión que es una obra maestra.

Elena casi se ruborizó, pensó que su trabajo no era apreciado por nadie, nunca le habían dicho cosas tan bonitas sobre la comida que preparaba, la mayoría de sus clientes solo querían saciar su estómago, por lo que agradeció las palabras de Bernard y desde ese día se esmeró un poco más pensando en la importancia que para algunos tenía lo que hacía.

El domingo, como le habían dicho, se puso sus mejores ropas y se fue hasta la iglesia de San Pedro para asistir a la misa mayor. Para llegar a la iglesia debía ascender un considerable número de escalones, ésta se encontraba situada en una pequeña loma que había al otro lado del río. Algunas señoras muy orondas tenían que hacer varias paradas en las escaleras para poder llegar a lo más alto. Contempló el claustro de la iglesia que le pareció muy hermoso.

Bernard se sentó en la nave de la derecha en un lugar apartado y poco visible. Fue observando como las personas más importantes de la ciudad ocupaban los primeros bancos de la iglesia y antes  de comenzar la misa, el templo estaba completamente lleno de fieles.

En la homilía el sacerdote dijo a todos los feligreses la noticia que ya se había extendido como un reguero de pólvora por todo el pueblo.

—Hace ya unos años recibimos en el pueblo la visita de un peregrino que falleció en el hospital de San Nicolás. Le enterramos en el cementerio que hay para los peregrinos en el claustro, de forma anónima, ya que nadie nos supo dar referencias de quién era. Hace unos días el padre Genaro vio sobre la tumba unas señales extrañas y decidió abrir el sepulcro. Se asombró que el cuerpo estuviera incorrupto, decidió buscar entre sus ropas y se descubrió un omoplato. También encontraron un documento que certificaba que aquel resto había pertenecido a uno de los discípulos del Señor, a San Andrés. Quien portaba esta reliquia era el obispo de Patras, donde el santo había fallecido y llevaba en su peregrinación la reliquia para dejarla junto a las de Santiago. Ha sido un milagro este descubrimiento y queríamos comunicároslo a todos.

Un murmullo recorrió el templo, aunque todos estaban al tanto de la noticia, no la conocían con todos los detalles que el cura les había dado.

—Ahora —continuó el sacerdote —contamos con una reliquia para la que buscaremos una ubicación especial, de este modo podrá ser venerada por todos los fieles que lo deseen.

—Amen —se escuchó como un murmullo que recorría todo el templo.

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