
Todos abandonaron la iglesia formando corrillos y comentando la noticia que les acababan de dar, algunos vaticinaban la llegada de fieles de todo el Reino para rezar ante la reliquia de uno de los discípulos del Maestro, los peregrinos se mostraban muy contentos y Bernard fue descendiendo con ellos hasta el centro del pueblo contagiado por la alegría que llevaban. Fue recordando todas las reliquias que la Orden había tenido en su poder y como él cuestionó en su momento que todas fueran auténticas pues no había santos para tantos huesos como aparecían.
Decidió regresar hasta la posada, había sido una mañana muy intensa y pretendía descansar un rato. Al ser domingo, por la tarde se daría un nuevo paseo por el pueblo ya que era el día del señor, como las calles estaban más concurridas que de costumbre, seguro que podría ver a personas que no salían durante la semana por encontrarse trabajando.
—Enseguida le preparo la comida —dijo Elena —no creí que volviera tan pronto.
—No, déjelo para la hora de siempre, todavía no tengo hambre, ahora me tomaría una jarra de vino.
—Pues va a probar también el embutido que hacemos del cerdo, pruebe este chorizo y este jamón, está ahumado y creo que le gustará.
—Está muy bueno —dijo Bernard —recomendaré esta posada a todos los que me vaya encontrando, sobre todo mientras siga usted en ella pues su mano en la cocina y su amabilidad no son fáciles de encontrar.
—¡Usted exagera!
—De ninguna manera, nunca he hablado tan en serio. Por cierto, mañana continuaré mi viaje, ya he arreglado las cosas que tenía que hacer aquí y por la mañana me marcharé.
—Pues le voy a hacer un desayuno muy bueno para que haga bien el viaje, le prepararé unos huevos fritos con jamón y unas pastas que voy a hacer esta tarde.
—Ve lo que le digo, no hay otro lugar como este en todo el camino y la gente tiene que saberlo, aunque si le mando muchos clientes igual lo llenan todo y cuando yo venga de regreso no tengo sitio para mí.
—Usted siempre tendrá un cuarto y si no lo hay, le dejo el mío —dijo sin darse cuenta y con entusiasmo Elena.
—Bueno, si es el suyo, entonces ni me lo pensaré.
—No quería decir eso, quería decirle…
—Ya lo sé, no hace falta que se disculpe, la he entendido enseguida y solo era una broma.
Bernard se mezcló con la gente por el pueblo. Efectivamente, el ambiente era diferente al que había visto los días anteriores, parecía que toda la población se había echado a la calle y fue siguiendo a una riada humana que iba en la misma dirección; por una de las calles principales del pueblo.
—¡Eh francés! —oyó que gritaban a su espalda.
Se dio la vuelta y vio como Fernando agitaba su mano para hacerse visible entre aquella marea humana.
—¿Dónde va toda esta gente? Preguntó.
—Al desafío de pelota. Los dos mejores jugadores que tenemos en el pueblo han aceptado un desafío de dos hermanos de Puente la Reina. ¿Vendrás a verlo?
—No lo sé, no he visto nunca eso.
—Pues no sabes lo que te has perdido, ven con nosotros que seguro que te va a gustar.
Llegaron hasta la plaza mayor, donde había una iglesia de nueva construcción. La gente se agolpaba alrededor de la pared frontal de la iglesia, algunos traían sus sillas de casa y otros se sentaban en el suelo o donde encontraban un sitio libre.