—Ven aquí – dijo Fernando poniéndose en un lateral, desde aquí lo veremos mejor.

—Esos hermanos se entienden bien y son muy buenos – dijo un hombre que estaba a su lado.

—Sí, pero Pedro y Santiago son más fuertes – respondió el que estaba con él.

—¿Van dos meajas de vellón?

—¡Que sean tres!

—Trato hecho – dijo mientras se apretaban la mano.

Aquello resultaba nuevo para Bernard, observaba el ambiente y se dio cuenta que se iba a producir algo muy importante para todos los que se habían concentrado allí. El murmullo fue en aumento hasta que estalló una gran ovación. Por uno de los extremos aparecieron cuatro hombres, eran muy robustos y altos, llevaban un pantalón de trabajo que parecía algo mayor que los de su talla y una camisa anudada a la cintura, tres de ellos llevaban una boina negra, que se la quitaron al ponerse en el centro del cuadrado que se había formado mientras recibieron una sonora ovación y gritos de vivas y de ánimo.

—Los que llevan la camisa más oscura son los del pueblo y los de la camisa blanca son los hermanos —dijo Fernando.

Uno de los jugadores del pueblo cogió una pelota, tomando algo de carrerilla la impulsó contra el frontal de la iglesia y salió disparada rebotando en la pared, entonces uno de los otros respondió enviando de nuevo la pelota contra la pared y así siguieron alternándose hasta que alguno de ellos falló.

Cuando el fallo lo producía alguno de los hermanos se escuchaba una sonora ovación y cuando era uno de los del pueblo, un ¡huyyyyy! que salía de las gargantas de casi todos los asistentes.

Algunos que estaban presenciando el partido se hacían señas con las manos mostrando varios dedos, cuando se encontraban cerca uno del otro se daban la mano.

—Son apuestas —dijo Fernando —cada uno de los que ves haciendo gestos o dándose la mano, están apostando su dinero a favor de una de las parejas contendientes.

Cada vez que se hacía un tanto, una persona que estaba junto a la pared anunciaba como iba el resultado del partido gritando alto para que todos se enteraran y jalearan a los jugadores.

Comenzaron ganando los del pueblo y daba la impresión que iba a resultar muy cómodo el partido para ellos ya que se pusieron en un momento en doce tantos contra uno. Fue un momento en el que las apuestas dejaron de hacerse, no se veía motivados a los espectadores a apostar por los que estaban perdiendo, pero los hermanos se recuperaron e hicieron diez tantos seguidos poniéndose solo a uno de los locales, entonces de nuevo las apuestas volvieron a cruzarse con mucha euforia y de nuevo los del pueblo hicieron seis tantos seguidos; a partir de ese momento se fueron alternando los aciertos hasta que la pareja del pueblo llegó a veintidós tantos y se dio por finalizado el partido.

—¡Qué! ¿Te ha gustado? —preguntó Fernando.

—Ha estado interesante, no lo había visto nunca, pero lo que me ha llamado más la atención es ver como la gente se jugaba el dinero a favor de dos de los jugadores.

—Claro —dijo Fernando —si no te juegas algo no tiene aliciente. Ven, que te voy a presentar a Santiago, que es amigo mió.

—Este es un gabacho amigo mío —dijo presentando a Bernard.

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