Desde la unificación de los reinos, mi familia siempre ha apoyado a la regencia y por eso las relaciones son muy buenas, porque saben que cuentan con nuestra lealtad y con nuestro apoyo de forma incondicional.

Bernard se dio cuenta de la alcurnia de la persona con la que estaba viajando. Habían puesto a su servicio a una persona que estaba acostumbrada a que le sirvieran y lo hacía con una lealtad digna de alabanza. Comenzaba a pensar en el destino que le había puesto a su lado a aquella persona tan relevante de la que podría aprender muchas cosas y, quién sabe, seguramente también podría ayudarle en un futuro.

Desde antes de llegar a la ciudad de Burgos había notado cómo el paisaje estaba cambiando de forma muy importante. Ya no se veían las elevaciones montañosas que le habían acompañado desde hacía tanto tiempo, ahora el terreno le ofrecía amplios horizontes en los que la vista llegaba a perderse.

—Estamos en la meseta —dijo Gonzalo —hasta que lleguemos a las tierras de una comarca que se conoce como el Bierzo, todos los paisajes que verás son como este.

—Pues para los que van caminando es un alivio no tener que subir grandes montañas —dijo Bernard.

—Yo prefiero los lugares más irregulares, tienen más encanto. Verás los montes que tenemos que ascender antes de llegar a Ponferrada, son de ensueño.

—Pero serán peligrosos —comentó Bernard —recordando su desgraciado paso por los Pirineos.

—Sí, sobre todo en los meses de invierno, cuando las nevadas lo cubren todo.

—¿Y no se puede evitar?, aunque haya que dar un importante rodeo.

—Sí, pero no merece la pena, hay que hacer muchas leguas más. Cuando lleguemos allí, verás como te gusta.

—Lo dudo —dijo Bernard mientras le iba contando sus desventuras para afrontar los Pirineos y en las condiciones que lo hizo cuando tuvo que huir de los que le estaban persiguiendo.

En uno de los pueblos se detuvieron en una posada, era conveniente que descansaran ellos y sus monturas. Aprovecharon para comer alguna cosa que estaban preparando en la cocina y lo acompañaron con una jarra de vino que les sirvieron.

El resto de la jornada Bernard iba contemplando aquellas tierras tan diferentes de las que él conocía, todo llamaba su atención y cada cosa nueva que veía le preguntaba a su acompañante que le explicara qué era.

—Eso son palomares —dijo Rodrigo cuando pasaban junto a una construcción circular elaborada con adobe- sus propietarios las construyen para dar cobijo a las palomas. En su interior hay nidos en los que las aves van criando a sus polluelos y son utilizadas como una fuente de proteínas necesaria para alimentarse.

Le resultó curiosa aquella forma de mantener a unos animales que vivían en completa libertad.

—¿Y cuando crecen, no se escapan? —preguntó Bernard.

—Siempre regresan, esta es su casa y tienen más seguridad que procreando en los árboles donde las crías y las palomas están expuestas en todo momento a las rapaces que llegan a diezmarlas. En los palomares se reproducen mucho más y las palomas no son tontas, saben dónde tienen la seguridad que le dan estas construcciones.

A media tarde divisaron a lo lejos una nueva población, era más pequeña que las que las anteriores y Bernard pensó que la pasarían por alto.

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