
El golpe seco que se produjo al cerrar la puerta de la entrada de la casa alertó a los que se encontraban en el interior y les anunció la llegada de su invitado, al que uno de los criados condujo hasta el cuarto donde ellos estaban.
Al verles entrar, Sancho se levantó y fue a su encuentro. Roberto Lope llegaba acompañado de Ordoño, el responsable de la Orden en la encomienda de Ponferrada, y de Alonso, uno de los caballeros de León, amigo desde la infancia de Rodrigo.
—Amigo Roberto, se bienvenido, es un placer volver a verte —dijo Sancho.
—Lo mismo te digo mi buen Sancho, como puedes ver, vengo bien acompañado.
—Sois todos bienvenidos, os encontráis en vuestra casa y es para nosotros un honor vuestra visita —dijo el anciano. —Creo que ya conoces a nuestro invitado —se dirigió a Bernard- los caballeros que le acompañan son Ordoño, con quien estarás en Ponferrada, y Alonso, un buen amigo de la familia.
—Supongo que su viaje hasta aquí se habrá desarrollado sin contratiempo – preguntó el maestre —como ha podido comprobar, le asigné al que creo que es mi mejor hombre, al menos es el que más confianza me ofrece para estos casos.
—Sí, ha sido un acierto, muchas gracias por su interés en mi seguridad. Creo que no pudo encomendarme a mejor hombre que Rodrigo, quien considero una gran persona, que me ha hecho sentir como si estuviera en mi país e incluso en mi casa.
Después de las presentaciones y los saludos, como todavía faltaba más de una hora para que la cena estuviera dispuesta, Sancho les invitó a que se sentaran con ellos y compartieran el vino que estaban bebiendo.
—Le estaba comentando a nuestro invitado Bernard, que desde el momento que llegó se encontraba ansioso por llegar hasta Ponferrada, que las cosas que tuviera que despachar lo tenía que hacer contigo, y que antes de regresar a la encomienda de Ponferrada pasarías por aquí, como haces siempre —dijo Sancho.
—¡Quién puede contradecirte! — le respondió Roberto —tú, viejo amigo, siempre irás un paso por delante que nosotros, en ocasiones tengo la impresión que hasta ves como crece la hierba.
—Tengo tantas ganas de dar por concluida mi misión —dijo Bernard – que los días se me hacen muy largos; aunque los que he pasado en la ciudad han resultado muy instructivos y sobre manera gracias a la compañía con que he contado en todo momento, ya que me han mostrado la ciudad como nadie podría hacerlo.
—Pues igual tiene que alterar un poco sus planes —dijo Roberto —creo que vamos a necesitar sus conocimientos y su experiencia durante más tiempo.
—¿Hay alguna novedad? —preguntó Sancho.
—Sí, amigo; y me temo que no nos espera nada bueno. El Rey no quería mi consejo, más bien deseaba advertirme. No están corriendo buenos tiempos y cada vez se encuentra más presionado por el Santo Padre y no sabe cuánto tiempo podrá resistir sin tener que tomar medidas en contra de nuestros intereses.