Mientras en las entradas de los túneles se fueron concentrando la mayoría de los hombres. Una vez que retiraron la tierra que les permitía el acceso al patio, accedieron a él un selecto número de hombres, que una vez en el interior, tomaron posiciones para defender las salidas mientras el resto iban accediendo al gran patio y cuando el alba comenzó a hacerse visible ya había numerosos sitiadores en el interior.

Cuando los hombres de la fortaleza se percataron, ya era demasiado tarde y aunque fueron a defender la entrada de extraños en el patio, los hombres que se habían apostado en ellas defendieron con mucho ímpetu las acometidas hasta que hicieron retirar a los sitiados a los lugares más seguros de la fortaleza.

Los combates cuerpo a cuerpo fueron cruentos y el mayor número de las tropas del Rey fue haciendo que la resistencia de los sitiados fuera decayendo en muy poco tiempo.

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Roberto, al ver que todo estaba perdido, para evitar una matanza segura de todos sus hombres, decidió deponer sus armas y rendirse, su vida no le importaba ya nada, pero era inútil sacrificar la de tantos hombres leales que tan bien le habían servido.

Cuando todo el recinto estaba seguro en manos de los invasores y los escasos hombres de la Orden que aún quedaban con vida, habían sido reducidos y recluidos en los aposentos de la fortaleza, por la puerta de ésta accedió el Rey en compañía de los nobles que tan bien le habían servido en esta ocasión, para establecer en la torre más alta el estandarte de su reino y hacerse con el control de aquella plaza que parecía inexpugnable.

Enseguida trajeron a Roberto ante la presencia del Rey. Estaba encadenado y en su rostro se dibujaba la imagen del derrotado, de quien lo ha perdido todo y solo espera la compasión del más fuerte que es quien le ha doblegado; pero en ningún momento trató de mostrar la humillación por la derrota, se mostraba altivo como siempre se había comportado incluso en los momentos más adversos de la vida.

-No quisisteis aceptar mi clemencia y ahora os mostráis humillado ante mí – dijo el Rey.

-No majestad, estoy derrotado, pero en ningún momento humillado, creo que todos los hombres bajo mi mando se han mostrado con dignidad en la batalla como lo han hecho siempre.

-Ahora ya todo está perdido, pero aún podéis salvar vuestra vida y la de vuestros hombres.

-Lo único que salvaremos es nuestro honor, ese jamás lo perderemos, para nosotros la vida sin honor carece de sentido.

-La Orden ha sido vencida y desaparecerá porque ya no es necesaria, solo queremos que nos digáis dónde se han ocultado los bienes que estaban a vuestro cargo.

-En cada encomienda están sus propios recursos dijo Roberto.

-Hemos mirado en varias y no hay rastro del oro ni de la plata que debía haber allí – gritó el Rey.

-Pues no sé qué deciros – aseguró Roberto.

-Esos bienes no os pertenecen y debéis devolverlos – dijo el Monarca.

-Tampoco os pertenecen a vos ni al Santo Padre que os ha ordenado esta matanza – dijo el maestre – son de la Orden y solo ella puede disponer de ellos.

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